¿Dónde pones tu atención?

Hay un pequeño cuento, en el que un agricultor japonés viajó a una ciudad de occidente porque allí tenía un sobrino lejano al que solía visitar de vez en cuando. Una vez que éste se hallaba en la gran urbe, paseando por las anchas avenidas acompañado de su sobrino, se detuvo porque escuchó un sonido que le resultó familiar. Se acercó a unos pequeños arbustos que decoraban el lateral de las aceras que delimitaban una de las transitadas calles, y entre sus hojas descubrió un pequeño grillo que estridulaba su canto.

― ¿Cómo sabías que estaba ahí? ―preguntó el sobrino sorprendido.

― Muy fácil ―contestó el agricultor―, he escuchado el sonido que emite.

― ¡No es posible! ―respondió el sobrino―, ¿me estás diciendo que eres capaz de escuchar el sonido del grillo entre tanto ruido de coches, gente caminando, autobuses y martillos eléctricos taladrando el asfalto?

―Claro, cualquiera puede hacerlo si pone atención.

El sobrino del agricultor le dijo que eso no era posible, que la mayoría de la gente no tenía la suficiente capacidad auditiva para escuchar un sonido tan débil entre la vorágine de ruidos de la gran ciudad. Entonces el agricultor extrajo de su bolsillo una pequeña moneda, le hizo un gesto a su sobrino para que observara atentamente, y lanzó la moneda sobre las losas de la baldosa. Al instante, una mujer que se encontraba a varios metros del lugar en el que cayó la moneda se giró, caminó con premura en esa dirección, fijó su vista en el suelo, se agachó a coger la moneda y continuó caminando en la dirección en la que se dirigía.

― ¿Te das cuenta muchacho? Parece que un sonido tan débil como el del canto del grillo es difícil de percibir; sin embargo otro igual de débil como el de una moneda que cae al suelo se percibe con más facilidad. Esto ocurre porque uno no genera ningún interés en la mayoría de viandantes, pero el otro sí. ¡Todo depende de dónde ponemos la atención!

Todos tenemos la capacidad de ignorar determinados estímulos y poner nuestra atención en otros. Este fenómeno recibe el nombre de atención selectiva y nos permite focalizar nuestra mente en una tarea, acción o estímulo concreto. Tiene una función adaptativa y de gran utilidad, ya que nuestro sistema cognitivo tiene una capacidad limitada, y si tuviéramos que dar respuesta a todos los estímulos que nos envuelven, éste se vería amenazado y sobresaturado de información. Además, si no seleccionáramos las actividades que son más relevantes y que debemos hacer en un momento determinado, éstas estarían continuamente entorpecidas por el inicio de nuevas acciones y distracciones, disminuyendo así de forma drástica nuestra eficacia. De este modo nuestra atención suele conectar de forma directa con nuestros intereses. Este es el motivo por el cual una mujer que quiere quedarse embarazada no deja de ver embarazadas por la calle; o un individuo que quiere comprarse un coche no deja de ver ese modelo circulando por las calles y carreteras de su ciudad.

El área prefrontal del cerebro es esencial en el aspecto que nos lleva a concentrarnos en un aspecto de la realidad y a descartar los otros. Por este motivo en los niños con síndrome de déficit de atención se observa una menor actividad en la región preforntal. Un ejemplo claro en el que nos resulta muy útil nuestra atención selectiva es cuando estamos en el andén esperando la llegada de un tren en que viene la persona amada. Cuando el tren llega, y un montón de gente baja y comienza a desplazarse por el andén, nuestra atención selectiva nos permite buscar entre todas las caras los patrones de los rasgos faciales de la persona a la que esperamos, y nos permite además ignorar el resto. Esto ocurre también con la forma de vestir, la manera de caminar o cualquier otra característica que me permita localizar a esa persona. El resto de estímulos serán filtrados y “desechados” para que podamos centrarnos en aquellos que nos permitan localizar en el menor tiempo y con la máxima eficacia a nuestra pareja.

En un estudio realizado por el psicólogo estadounidense David G. Simons, un sujeto le preguntaba a alguien que andaba por la calle sobre una dirección concreta. La persona pensativa le indicaba la dirección que debía tomar y en ese momento entre ellos se cruzaban unas personas que cargaban con un tablón. Detrás del tablón había otro individuo vestido de forma idéntica pero con unos rasgos faciales notablemente distintos, que se intercambiaba por el primer sujeto. Lo curioso fue que la mayoría de las personas seguían hablando con el nuevo sujeto como si del anterior se tratase sin tan siquiera notar el cambio. Esto ocurría porque ponían su atención en la dirección por la que le habían preguntado, pero no en el rostro del individuo que les había hecho la pregunta. Este es otro ejemplo de cómo nuestra atención se fija en una información concreta y desecha aquella otra que no nos parece relevante.

Entender esto es de crucial importancia, ya que las personas podemos generar determinados estados emocionales, y acabaremos por tomar determinadas decisiones (tanto si son acertadas como si no), en función de cómo utilicemos nuestra atención selectiva. El doctor Mario Alonso Puig, formado en Medicina Mente Cuerpo y en Psicología Positiva con el Instituto Mente Cuerpo de la Universidad de Harvard, nos dice que aquello en lo que pongamos nuestra atención será más real para nosotros. La realidad es muy amplia, pero solo vemos aquello en lo que nos enfocamos. Por eso debemos tratar de ser los “dueños” de nuestra atención y ponerla donde consideremos que es inteligente hacerlo, así como apartarla de aquellos lugares que activan nuestros mecanismos de estrés más allá del punto en el que su función es adaptativa, generándonos una sensación constante e inútil de malestar.

También debemos tomar consciencia de que la atención selectiva juega un papel determinante a la hora de estructurar o reforzar una creencia determinada. Esto es muy importante ya que si tengo una creencia limitante del tipo «nunca voy a tener éxito en mi trabajo», «siempre lo hago todo mal», o «no soy nada inteligente», es muy posible que si no trato de modificar esta creencia mi atención selectiva la refuerce. Esto ocurre porque mi mente seleccionará aquellos pensamientos, ideas o estímulos que verifiquen constantemente esta creencia, dándole un cariz de inamovible y tornándola cada vez más rígida. Y lo peor de todo es que a nivel cognitivo iremos asumiendo esa creencia como una verdad incuestionable. Por este motivo debes vigilar tu diálogo interno y detectar en qué momentos te estás diciendo a ti mismo este tipo de cosas. Cuando lo hagas trata de cambiar aquello que te dices, poniendo tu atención en aspectos más positivos y optimistas.

Por ejemplo, si crees que las entrevistas de trabajo se te dan mal, y en la última no te ha ido todo lo bien que te gustaría, es posible que tu atención selectiva se enfoque en todo lo que has hecho mal como no haber hablado de forma fluida, haber acudido con ropa inadecuada, no haberte preparado bien,… Esto reforzará tu creencia del tipo «no valgo para esto», generándote un estado emocional desagradable que no te ayudará a ser más resolutivo. Si por el contrario tratas de poner tu atención en aquello que has hecho bien y te ocupas de ver qué cosas puedes mejorar preguntándote « ¿cómo puedo hacer ver que aporto algo nuevo a esta empresa si me contrata?», « ¿cómo podría mejorar mi oratoria?» o «¿cómo podría presentarme de un modo más eficaz?»; en ese caso estarás utilizando tu atención de forma que te ayude a ver el vaso medio lleno y te volverás una persona más resolutiva y optimista.

Desde Nueces y Neuronas te recomendamos que tomes conciencia en cada momento de dónde pones tu atención, y te invitamos a que trates de ponerla en aquella información que te ayude a desarrollarte como persona, a mejorar tu inteligencia y a generar unos estados emocionales más agradables y constructivos.

A continuación os dejamos un vídeo sobre el experimento realizado por el psicólogo David Simons. ¡Esperamos que lo disfrutéis!

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