¿Las habilidades sociales son innatas o se pueden adquirir?

“La excelencia (moral) es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía”

Aristóteles

Es de conocimiento común que, si practicas mucho, podrás mejorar en aquello en lo que te propongas, por ejemplo, podrás mejorar tu marca corriendo si realizas un plan de entrenamiento semanal, o podrás recitar ese poema que tanto te gusta de memoria, si lo lees muchas veces; y con entrenamiento cada vez podrás hacer este tipo de cosas con mayor rapidez y cometiendo menos errores. Es decir, que con la práctica podrás ser más habilidoso en aquello que quieres mejorar.

Esta idea que se acaba de exponer parece lógica y natural para muchas actividades, como, por ejemplo, practicar un deporte, aprender un idioma o un arte. Pero, por el contrario, parece que no se debe aplicar en aquellas actividades o condiciones que se entienden como “naturales” o “innatas” como algo intrínseco al sujeto, como ser inteligente o la manera de afrontar situaciones desafiantes (p.ej., con miedo, ansiedad, tranquilidad o valentía). Quién desarrolla estas características se dice que “es así”, o que “está en su naturaleza” el hacer eso.

Parece que todo aquello que esté relacionado con las interacciones sociales se acerca más a la última idea expuesta. Se cree que ser habilidoso socialmente es algo que se debe dar de una manera “natural”, como si de alguna manera se naciera con estas características y se pudiera hacer poco por cambiarlas o si se pudieran entrenar o enseñar, su resultado final sería un producto artificial. Pero como la mayoría de los repertorios que los seres humanos desarrollamos en nuestro entorno, aquello que se describe como una habilidad socialmente habilidosa, aunque tenga un componente biológico, en su mayoría se moldea bajo las leyes del aprendizaje.

Pero antes de hablar con más detenimiento sobre este tema, tenemos que saber qué entendemos por una habilidad socialmente habilidosa. Existen varias definiciones para este concepto, una de ellas es la siguiente:

«Conjunto de conductas emitidas por un individuo en un contexto interpersonal que expresa los sentimientos, actitudes, deseos, opiniones o derechos de ese individuo de un modo adecuado a la situación, respetando esas conductas en los demás, y que generalmente resuelve los problemas inmediatos de la situación mientras minimiza la probabilidad de futuros problemas» (Caballo, 1986, citado en Caballo, 1993, pág. 6)

Este conjunto de conductas que se emiten en un contexto determinado está influenciado por tres componentes:

a) Consenso social. Tendemos a emitir aquellas conductas que hemos visto que han sido valoradas como pertinentes por otras personas. Es decir, los demás van moldeando nuestro comportamiento social. La cultura en la que se desarrolla el repertorio es el contexto general en el que se establece unas pautas básicas de comportamiento aceptadas por sus miembros. Por ejemplo, un beso para saludarse en algunos países es una práctica común, como en España, pero en otros no es normativo, e incluso te puede traer problemas, como en Dubái.

b) Objetivo que se plantea. El objetivo puede ser de carácter puramente social (facilitar el desarrollo o mantenimiento de relaciones sociales) o puede que el objetivo no sea de tipo social (p.ej., conseguir un aumento de sueldo o el permiso para llegar tarde a casa). La asertividad es un elemento muy importante para poder conseguir nuestro objetivo de una manera eficiente, sobre todo cuando ambos objetivos entran en conflicto.

c) Carácter situacional. Es decir, la familiaridad que la persona pueda tener con la situación o persona con la que va a interaccionar, el sexo o el rol del interlocutor, el propósito de la interacción, etc. El grado de competencia que muestre un sujeto y, en general, el tipo de interacción dependerá de estos elementos.

De lo expuesto anteriormente se extrae que aquello que se entiende como una conducta socialmente habilidosa es una interacción compleja y dinámica que se desarrolla en un entorno normativo.

La importancia práctica de entender este concepto de esta manera, está en que de esta forma el término se vuelve operativo, es decir podemos realizar intervenciones para modificar aspectos de una conducta considerada como no habilidosa socialmente y adaptarla mejor al contexto en el que se desarrolla, algo que es difícil con la concepción innata de las habilidades sociales.

Desde esta perspectiva podemos comprender mejor, por ejemplo, por qué un niño o un adulto responden con agresividad, empujando a un compañero, cuando se siente frustrado (si le quitan el balón en un partido). Ya que, así se analiza la situación, evlauándola de una manera más amplia, en vez de decir que se ha comportado así, porque “es su carácter”, “es su personalidad” u otro tipo de explicaciones en las que no podemos intervenir y nos dejan con una sensación de poco control.

Para facilitar la adquisición y el desarrollo de las habilidades sociales es conveniente:

  1. Ofrecer un modelo adecuado.  Es decir, un modelo que favorezca resolver conflictos de una forma funcional en cada contexto. Por ejemplo, a través del diálogo, mostrarse receptivo ante los demás, expresar de manera adecuada las emociones, etc.
  2. Valorar los aspectos positivos:
  • Reducir el uso de la recriminación para corregir déficits en las habilidades sociales.
  • Valorar otras conductas alternativas que con frecuencia pasan desapercibidas.
  • Mantener una actitud positiva ante cualquier logro de la persona, por mínimo que parezca.
  1. Facilitar el entrenamiento en un pensamiento divergente. Nuestro entorno cultural genera sobre todo un estilo de pensamiento unidireccional, es decir existe la tendencia a buscar una única solución a los problemas y situaciones de la vida cotidiana, sin tener en cuenta que, en la mayoría de las situaciones, las soluciones pueden ser diferentes o múltiples.
  2. Proporcionar un entorno en el que se entrene las habilidades sociales. Ofrecer experiencias variadas que posibiliten la relación con diferentes situaciones sociales así se favorece el desarrollo de éstas.

 

BIBLIOGRAFÍA

Ballester, R. y Gil, M.D. (2002). Habilidades sociales. Madrid: Síntesis.

Caballo, V.E. (1993). Manual de evaluación y entrenamiento de las habilida­des sociales. Madrid: Siglo XXI.

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