
¿Recuerdas cuando eras niño, aquellas situaciones en las que tu madre te decía que replicar ante lo que te parecía una injusticia era de mala educación? ¿Y aquella vez que el profesor te mandó callar sin darte la oportunidad de explicarte? O cuando tu profesora de primaria os obligó a ti y a tu compañero de clase a daros un abrazo y pediros perdón después de aquella disputa que tú no comenzaste y que habrías evitado de saber cómo hacerlo.
Cuando éramos niños, en muchas ocasiones se nos impidió expresar nuestra opinión, cómo nos sentíamos o qué necesitábamos. En la mayoría de las ocasiones los adultos imponían su manera de hacer las cosas y nosotros debíamos acatar aquel modus operandi sin tener otra opción.
En la actualidad todavía hay padres que educan de este modo; y en el extremo opuesto encontramos a otros que permiten al niño replicar, quejarse y despotricar contra lo que le place. Debemos tener en cuenta que tanto en un caso como en el otro, no se está educando a los niños para que sepan comunicarse de forma eficiente, pudiendo transmitir cómo se sienten o qué opinan de forma respetuosa hacia las personas de su entorno.
Esto puede llevar a que en el futuro, cuando estos niños crezcan, nos encontraremos con individuos adultos que podrán presentar grandes deficiencias a la hora de relacionarse con las personas de su entorno. Todos conocemos a determinadas personas que se callan lo que piensan ―o sienten― hasta que ya no pueden más y “explotan” con nefastas consecuencias para la relación. También a otras que adoptan un lenguaje agresivo en cuanto se las contradice o se les rebate cualquier argumento. O aquellas que nunca exteriorizan sus opiniones o sentimientos y acaban sumidas en un estado de agotamiento emocional que les deja sin energía.
Por desgracia, a muchos de nosotros nunca nos han enseñado ―en ocasiones ni dado la oportunidad― a expresarnos con claridad y de forma asertiva. Rara vez nos han dado el espacio para manifestarnos con sinceridad, dándonos tiempo para buscar los argumentos necesarios y orientándonos para hacerlo de forma que no agredamos a nuestro interlocutor y a la gente de nuestro entorno.
En entradas anteriores, Ana Jiménez, educadora social, psicopedagoga y profesora, nos estuvo hablando de la asertividad y su importancia. Muchas personas ―debido a la educación recibida, un escaso autoconocimiento, unas pobres habilidades para afrontar conflictos, la carencia total de tacto o el hecho de arrastrar los argumentos de una conversación al plano personal― no son capaces de expresar lo que opinan, cómo se sienten o qué necesitan sin dañar a su interlocutor. Esta merma en las capacidades que componen la asertividad, puede ser una fuente de sufrimiento para aquellos individuos que desean relacionarse de forma efectiva e influir positivamente en su entorno, pero que desconocen la manera adecuada de hacerlo.
El primer paso que debemos dar consiste en tomar conciencia de cuáles son aquellos principios asertivos que nos corresponden por el mero hecho de ser seres sociales. El psicólogo e impulsor de la terapia asertiva sistemática Manuel J. Smith, en su obra Cuando digo no, me siento culpable enumeró una serie de derechos asertivos que cualquier persona debería poder ejercer. Éstos hacen referencia a unos derechos no escritos que en muchas ocasiones olvidamos o infravaloramos, lo cual repercute de forma importante sobre nuestra autoestima.
¡Cuidado! Es esencial que entendamos que estos derechos no sirven para creernos superiores o por encima de nadie. La finalidad de ejercerlos sería la de situarnos a la misma altura que los demás. Además, a la hora de ponerlos en práctica debemos hacerlo con firmeza pero con absoluto tacto y respeto hacia la persona que nos dirigimos. Estoy en mi derecho de decirle a mi pareja ―o un familiar o amigo― que necesito tiempo y espacio para mí, para aclararme, para decidir o simplemente para aislarme y evadirme durante un tiempo; no obstante debo llevarlo a término haciéndole comprender mi postura y sin arremeter contra él.
No es lo mismo decir «quiero que me dejes en paz un tiempo, eres un pesado y me agobias», que decir «quiero decidir con claridad, necesito estar solo/a y quiero tener un tiempo para dedicármelo a mí». Como podemos ver en el primer caso culpabilizamos al otro, mientras que en el segundo nos enfocamos en lo que necesitamos y reafirmamos nuestro derecho. Es posible que aun haciéndolo del modo adecuado nuestro interlocutor también se enfade por el hecho de que las cosas no sean como le gustaría, pero ese ya no sería nuestro problema.
Desde Nueces y Neuronas queremos proponerte una actividad interesante. A continuación te presentamos una lista de los principales derechos asertivos. Cuando los leas, seguramente pensarás: “sí, son derechos obvios”, pero párate a reflexionar un momento. ¿Realmente haces uso de todos ellos, o por el contrario solo te acuerdas de algunos en momentos puntuales?
Listado de derechos asertivos:
- El derecho a ser tratado con respeto y dignidad.
- El derecho a tener y expresar los propios sentimientos y opiniones.
- El derecho a ser escuchado.
- El derecho a juzgar mis necesidades, establecer mis prioridades y tomar mis propias decisiones.
- El derecho a decir “NO” sin sentir culpa.
- El derecho a pedir lo que quiero, dándome cuenta de que también mi interlocutor tiene derecho a decir “NO”.
- El derecho a cambiar.
- El derecho a cometer errores.
- El derecho a pedir información y ser informado.
- El derecho a obtener aquello por lo que pagué.
- El derecho a sentirme disgustado o enfadado en ciertos momentos.
- El derecho a ser independiente.
- El derecho a decidir qué hacer con mis propiedades, cuerpo, tiempo, etc.
- El derecho a tener éxito.
- El derecho a gozar y disfrutar.
- El derecho a mi descanso, aislamiento, siendo asertivo.
- El derecho a superarme, aun superando a los demás.
Una vez los hayas leído, ahora divídelos en dos grupos. Puedes hacerlo en una tabla como la siguiente:
Derechos que tengo bien establecidos |
Derechos que debo incorporar o mejorar |
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Tras haber realizado la clasificación, escoge uno de los derechos personales que has colocado en la casilla de «Derechos que tengo que incorporar o mejorar», e intenta buscar una situación donde poner en práctica este derecho. Por supuesto deberás tratar de hacerlo de la manera más positiva y menos problemática posible. Una vez que creas que lo tienes bien establecido pasa a trabajar el siguiente. Lo ideal sería que acabaras estableciendo de forma progresiva todos los derechos que has colocado en esa casilla. ¡Mucho ánimo y suerte!
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