
Durante mucho tiempo, a lo largo de la historia del deporte, tanto atletas como entrenadores se centraban en la adquisición de unos patrones motores y la potenciación de los sistemas óseo-musculares y cardio-respiratorios. Apenas tenían en cuenta otros factores que hoy sabemos que influyen en el rendimiento de los deportistas y que se dan a nivel cerebral.
Afortunadamente este paradigma centrado exclusivamente en el cuerpo fue cambiando, y fue ganando terreno la importancia de la preparación psicológica y mental. Es precisamente en este ámbito donde una ciencia multidisciplinar relativamente joven como la neurociencia puede abrir un sinfín de ámbitos de aplicación en este campo.
Esta nueva ciencia puede darnos información crucial para saber qué ocurre en nuestro cerebro cuando estamos adquiriendo un gesto deportivo concreto, cuando tratamos de coordinar diferentes grupos musculares, cuando tenemos miedo escénico o la competición nos genera estrés o ansiedad, o cómo afectan al rendimiento deportivo determinados estados emocionales como la alegría o la depresión.
La neurociencia puede utilizarse en el deporte de alta competición ―o relacionado con el ámbito de la salud― para comprender mejor el rendimiento deportivo, para comprender la incidencia de diversos factores en el aprendizaje motor como la fatiga, la sed, el temor, la ansiedad, el sueño, el hambre, la alegría, la tristeza, la motivación, el clima y la predisposición físico-emocional, incidencias de noticias en los estados de ánimo, etc. También para comprender las relaciones entre el cerebro humano y las posibilidades motrices de nuestro cuerpo, relaciones estrechas y definitivamente inseparables entre las órdenes cerebrales y las ejecuciones finalmente desarrolladas por el aparato locomotor.
Los entrenadores y preparadores físicos deberán asumir como reto de formación la comprensión de los complejos procesos psiconeurofisiológicos humanos a fin de mejorar el componente y el sustrato motriz de los deportistas. Esto acabará por ocasionar una revolución de la didáctica del aprendizaje en el ámbito del entrenamiento y del deporte.
Durante la práctica deportiva las áreas cerebrales que cobran mayor importancia son los lóbulos frontales, pero es el cerebelo el que nos garantiza que podamos mecanizar las secuencias complejas de los movimientos específicos de cada deporte. Éste envía las señales a los millones de células del cuerpo, ordenando que se ejecuten las acciones que necesitamos. De este modo cuanto más se practica, más fácil le resulta recordar cuáles son los circuitos nerviosos y las fibras musculares necesarias en cada momento.
Desde hace algún tiempo, los científicos ya sabían que las fibras musculas tienen memoria, con lo cual podemos decir que nuestro cuerpo puede «recordar» determinados patrones motores adquiridos. No obstante el cerebro sigue siendo esencial, ya que además de ser imprescindible para la memorización de la técnica, también es esencial en la modulación emocional que permitirá al atleta llegar a obtener su máximo nivel de rendimiento.
Como ya hemos comentado en otras entradas, la amígdala es una pequeña estructura del sistema límbico encargada de regular nuestras reacciones emocionales. Su activación o inhibición será lo que nos permitirá conseguir un mayor rendimiento en los momentos claves.
Gracias a la neurociencia podemos comprender qué ocurre a nivel interno en nuestro cerebro cuando un atleta recibe las aclamaciones o los abucheos de su público. Durante la competición deportiva el atleta recibe miles de estímulos que le hacen estar en estado de alerta: debe controlar los límites del terreno de juego, el balón en movimiento, la proximidad e intenciones de sus adversarios, el estado emocional de los aficionados,… Todo ello hace que las amígdalas se activen, tal como le ocurría a los seres humanos más primitivos cuando salían de caza y se enfrentaban a una manada de búfalos o mamuts.
Sabemos que hay momentos decisivos durante la competición deportiva que pueden hacer cambiar de forma definitiva el resultado de la misma, como por ejemplo lanzar un tiro libre a canasta en baloncesto, chutar un penalti en fútbol o impactar el punto de oro en taekwondo. El estudio del cerebro nos ha permitido saber que en estos momentos es esencial que el atleta sea capaz de hacer que sus lóbulos frontales sean capaces de aplacar la reacción de la amígdala, modulando así su excitación emocional. Esto se puede conseguir controlando su respiración y relajando su musculatura, lo cual produce a su vez un descenso del número de pulsaciones por minuto. Si en estos momentos cruciales el atleta está excesivamente excitado o tiene miedo a fallar, esto puede provocar una sobreactivación del sistema límbico, lo cual podría producir interferencias en la concentración, incluso en la coordinación de los gestos deportivos.
A día de hoy sabemos que nuestro aprendizaje está sustentado por cambios biológicos en las conexiones neuronales, es decir que la adquisición de cualquier tipo de conocimiento ―entre ellos los de carácter deportivo― generan cambios químicos y morfológicos en las estructuras cerebrales. El uso repetido de impulsos nerviosos similares refuerza la intensidad de las conexiones y posibilitan que lo practicado con cierta frecuencia e intensidad se incorpore al repertorio motor. Por eso los aprendizajes de cualquier índole que el sujeto realice y experimente modifican las estructuras de las neuronas y las conexiones entre ellas. Como vimos en entradas anteriores este fenómeno se llama neuroplasticidad. Además también puede favorecer la neurogénesis.
Uno de los descubrimientos más importantes de la nuerociencia fue el de las neuronas espejo. Éstas se activan cuando realizamos una acción concreta, o cuando vemos a otra persona realizar esa misma acción. Nos permiten detectan movimientos e intenciones de las personas con las que estamos interactuando, activando o produciendo una reedición en el propio cerebro de los estados observados. De esta manera se encienden en nuestro cerebro las mismas áreas que las personas que estamos viendo actuar. Este fenómeno genera un efecto de contagio que es la base del instinto de imitación. Es de gran utilidad puntualizar que pueden tener un mayor o menor impacto según la significación que la persona observada tenga para el sujeto observante.
Este descubrimiento permite analizar más claramente las capacidades cognitivas en funciones como la empatía y la imitación, tan importantes en el proceso del entrenamiento deportivo, así también como visualizar con mayor precisión los mecanismos de detección de movimientos, fundamentales para la anticipación y previsión de acciones propias y de nuestros rivales.
Todo esto no es más que una pequeña pincelada de lo que la nuerociencia está por aportar al mundo del rendimiento deportivo. No obstante, desde Nueces y Neuronas os recomendamos que profundicéis en el mundo de esta joven ciencia multidisciplinar, así como sus posibles aplicaciones en los ámbitos que os interesen; no sólo porque pensamos que es un campo de estudio apasionante, sino también porque consideramos que es una puerta abierta al conocimiento más profundo del ser humano, la cual nos permitirá acabar desarrollando todo nuestro potencial en cualquier ámbito de nuestra especie.
A continuación os dejamos un vídeo en el que se nos cuenta la importancia que tiene la influencia de nuestro cerebro en la práctica deportiva. ¡Esperamos que lo disfrutéis!
1 responses on "¿Qué puede aportar la neurociencia al mundo del deporte?"